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Se movió de nuevo, esta vez para colocarse delante de él y exhibir el hombro que el amplio escote de su vestido dejaba al descubierto. Un instante después, una mano se apoyó ligeramente sobre su piel, y ella cerró momentáneamente los ojos con la satisfacción de otro pequeño triunfo, de otro paso en la dirección que quería tomar. Advirtió que la mano de Tarod era delgada pero sumamente vigorosa; el anillo que llevaba en el dedo indice captaba la luz nacarada y la multiplicaba, despertando en ella deseos de tocar la piedra. Pero permaneció quieta, inclinando ligeramente la cabeza hacia atrás en muda invitación.
Tarod contempló su esbelta figura, consciente de que en su interior se agitaba una emoción como jamas había sentido hasta ahora. A pesar de su astucia, que ella no había tratado apenas de disimular, Sashka le había impresionado profundamente, y él se sentia cada vez mas impotente contra la oleada de sus propios sentimientos. Una vocecilla interior le decía que fuese precavido, pero se estaba acercando a un punto en que, por ella, mandaría al diablo la prudencia. Estaba totalmente cautivado… y al aproximarse mas a ella y rozar sus cabellos con los labios, comprendió que nunca en su vida había deseado nada con tanta fuerza como deseaba ahora a esta hermosa criatura.
Mas tarde, a Tarod le fue imposible recordar cuanto tiempo habían estado allí, bajo el cielo nocturno, ni lo que habían dicho, ni siquiera lo que él había pensado. Le parecía que había pasado una eternidad hasta el momento en que la condujo lentamente hacia la empinada escalera de caracol que descendía al patio. Al pasar junto a la torre, aquel dedo gigantesco se interpuso delante de las lunas sumiéndoles en una densa sombra. Sashka tropezó y él la asió por la cintura. Ella se volvió. En el l óvalo de su cara apenas si se percibían las facciones, y él la besó con una intensidad que le dejó pasmado. Por un instante, Sashka permaneció inmóvil, como petrificada, y después correspondió al beso con igual apasionamiento, hincando los dedos en el hombro de él, con un deseo casi animal.
Súbitamente, se apartó. Le miró con ojos muy abiertos por la emoción y se echó atrás, acabando de desprenderse suavemente.
-Tengo… que irme… -balbució-. Es tarde, Tarod… ¡Tengo que irme!
[Fragmento del Libro]
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