"ART-Metal, Cultura & Lectura"

miércoles, 10 de agosto de 2011

LEONORA CARRINGTON



En 1936 conoció a Max Ernst, en Londres; juntos parten a Francia donde viven dos años, participando en la efervescencia del surrealismo. La relación entre Carrington y Ernst significó un intenso intercambio estético que enriqueció a ambos; ella le mostró obras de M.R. James y Lewis Carroll y él la introdujo a C. G. Jung y a las tradiciones literarias del romanticismo alemán y francés. En 1938 participan en la Exposición Internacional de Surrealismo en París y Ámsterdam.


Las pinturas de Leonora Carrington se inspiran en un mundo personal, íntimo y subjetivo, que surge de una fértil imaginación, influida fuertemente por los surrealistas y estimulada por lecturas fantásticas y esotéricas que fue aprehendiendo a lo largo de su vida. Las imágenes de las pinturas y relatos que ha producido en el transcurso de los últimos sesenta años, residen en un lugar de encantamiento en el que todo puede suceder.
En ellas, la artista logra desarrollar su lenguaje pictórico, determinado por diversos temas como el mito céltico, el simbolismo alquímico, el gnosticismo, la cábala, la psicología junguiana y el budismo tibetano. En el conjunto de pinturas que produjo en México, se funden tiempo y espacio: las imágenes vagan entre el sueño y la vigilia, el tiempo, la vida y la muerte, manifiestan viajes físicos y metafísicos, historias reales y míticas, realidades domésticas y trascendentales, imaginación y fantasía.
En medio de ambiguos paisajes y de interiores amenazantes, Leonora Carrington inventa seres y objetos que provienen de otro mundo. Sus cuadros, permeados de ironía y humor, juegan y se confunden con el sueño y la realidad; en ellos conviven extraños animales de hocicos puntiagudos y finos, pálidas mujeres de rostros blancos, santos y monjas, los caballos de las leyendas célticas -que en la pintura de Carrington son símbolos de liberación-, seres mitad hombres-mitad animales, aparatos raros como barcos, coches y casas.
Carrington construye las formas con trazos muy finos y delicados, creando siluetas alargadas, elegantes y frágiles. En sus cuadros no son frecuentes los colores fuertes y luminosos, la paleta más bien se compone de tonalidades sombrías en la que sobresalen los sepias, ocres, verdosos, algunos matices azules. En cambio, emplea las variantes del rojo para resaltar las formas y contrastarlas con el fondo; con sutiles transparencias destaca algunos detalles, como las ropas con que viste a sus personajes. Mediante los cambios de tonos y colores, marca los contornos de las figuras nítidamente, y en algunos cuadros las demarcaciones entre forma y espacio surgen de la pintura misma, de su color.


En la producción de los años cuarenta, aparecen con mayor insistencia mujeres de grandes dimensiones, que se originan en el estilo del Renacimiento temprano de representar a los santos y a los personajes sagrados más grandes que su tamaño normal, y al mismo tiempo remiten a las ilustraciones de Alicia en el país de las maravillas. También surgen temas relacionados con la maternidad, en los que destacan imágenes de retoños, siembra y florecimiento.
Es así como de esta manera, Carrington se empieza a inspirar en pintores europeos, como el Bosco, y retoma algunos elementos de la pintura renacentista, como fragmentar las composiciones -a la manera de los retablos- en distintas secciones o escenas, estableciendo una continuidad narrativa entre cada una de ellas, todo esto, acompañado de la utilización de colores muy fuertes como el rojo y el amarillo.
Los fondos se tornan sombríos, los espacios son indefinidos, y las figuras fantásticas suelen perder sus rasgos humanos. Utiliza tonos verdosos y azulados. Dentro de muchos aspectos, la artista logra enfocarse hacia los temas místicos y esotéricos, elementos que logran definir de gran manera diversos aspectos de su obra.


En los años sesenta, en las imágenes de las pinturas y cuentos de Carrington, aparece la influencia cada vez mayor de Jung, y la importancia que otorga el budismo al desarrollo espiritual, elementos que conforman un esquema amplio, esotérico y cosmológico, que a principios de los años setenta le haría viajar a Escocia y Canadá. La influencia de Jung se evidencia en el cuadro The Magus Zoroaster Meeting his Own Image in the Garden (1960), entre otros.
Hacia los ochenta, desaparecen los tonos apagados, y la pintora utiliza colores más vivos, más diluidos y con menor contraste. Las figuras no son finas ni alargadas, y se tornan pequeñas y regordetas. En la siguiente década, se aprecia la recuperación de las formas estilizadas que caracterizan su obra, así como también las tonalidades sombrías y oscuras.
Los mundos imaginados y místicos son elementos vitales en la pintura de Carrington, pero también éstas imágenes se combinan y coexisten con los pequeños rituales de la vida cotidiana. Muchos de los personajes de Carrington son femeninos, y suelen estar acompañados de animales, ya que la pintora comparte la creencia de varios grupos indígenas de que cada ser humano tiene un animal específico que es su guía y compañero, así como también participa de la fe en la simbología animal de los budistas y los alquimistas tibetanos.


Carrington tuvo una gran influencia en el arte mexicano. Obteniendo la oportunidad de participar en diferentes actividades realizadas por el gobierno, tal es el caso del mural en el Museo Nacional de Antropología. Para su realización, la artista tomó como base las creencias de los indios de Chiapas, y los mitos e historias del Popol Vuh, relato que contiene la mitología y cosmología de los mayas. Los dibujos preparatorios para este mural fueron publicados en El mundo mágico de los mayas, con textos de Andrés Medina y Laurette Séjourné.
Por otro lado, debido a su preocupación por recuperar las imágenes del poder femenino, Carrington se anticipó al interés de muchas mujeres hacia el movimiento feminista contemporáneo de fines de los sesenta y principios de los setenta. En este sentido, desempeñó un importante papel en la formación del movimiento feminista de la ciudad de México, que en 1972 concretó en el cartel Mujeres conciencia

Nacida el 6 de abril de 1917 en una familia acaudalada de Inglaterra, Carrington pasó la última parte de su vida en una sencilla casa de la Ciudad de México.
Algunas de sus esculturas adornan actualmente la avenida Paseo de la Reforma, además trabajos inéditos de Carrington, se exhiben en el Museo Estación Indianilla.
Hace un mes la escritora mexicana Elena Poniatowska lanzó en Madrid una versión novelada sobre la vida de Carrington.
Carrington convivió con figuras del movimiento surrealista como Salvador Dalí, Marcel Duchamp, Joan Miró, Pablo Picasso o Luis Buñuel.
A la edad de 20 años se fue a vivir a París donde vivió una intensa relación amorosa con el pintor surrealista Max Ernst, 26 años mayor que ella, interrumpida cuando él, de origen alemán, fue arrestado y enviado a campos de concentración.
Leonora cayó entonces en una profunda depresión e inició una campaña para denunciar a Hitler, pero terminó por ser internada en una clínica psiquiátrica en España, donde fue tratada como una demente.
Carrington logró huir del psiquiátrico y pidió ayuda en la embajada de México en Lisboa al periodista y escritor Renato Leduc, quien la apoyó para viajar primero a Nueva York y luego a México, donde se estableció definitivamente en 1942 y pasó la mayor parte de su vida.
"Ella no estaba para nada enloquecida, ella se enfrentó a la guerra y los locos fueron los que no entendieron el peligro de la guerra que vislumbró. Ella vislumbró a Hitler mucho más que cualquiera", dijo Poniatowska a la agencia AFP en una reciente entrevista con motivo de la presentación del libro biográfico.

(1917-2011)



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